La crianza, más allá de las acciones orientadas a garantizar la supervivencia (que no son pocas), implica una serie de decisiones y actos orientados a promover el desarrollo y los aprendizajes que, como madres y padres y figuras de crianza en general, consideramos los más apropiados para pequeños y pequeñas de la familia.
La crianza implica preguntarse:
- ¿Qué quiero enseñar?
- ¿Por qué? ¿Por él/por ella? ¿Por mí?
- ¿Yo soy modelo de lo que quiero enseñar?
- ¿Soy coherente? ¿Conmigo misma? ¿Con el niño?
La crianza implica cambiar una misma en función de la reflexión previa (del espejo que es el niño) e incorporar en mí misma las herramientas que quiero que incorpore el niño: autoregulación, responsabilidad, orden, respeto a los demás, empatía, colaboración, autoestima, confianza…
La crianza no implica renunciar a una misma como ser individual: además del rol de padre/madre tenemos otros roles que nos hacen una persona completa (pareja, amiga, deportista, trabajadora, hija, hermana…). Desatender todos los roles y priorizar solo el de padre/madre, lejos de favorecer al niño le perjudica: le convierte en una persona egocéntrica, que pierde de vista las circunstancias que le rodean y la oportunidad de enriquecerse de todo lo que acontece a su alrededor. Como figuras de crianza, focalizarnos sólo en este rol nos debilita como personas, hace que las dificultades naturales en la relación padre/madre-hijo se maximizan y que perdamos perspectiva.
La crianza implica comunicarse de forma clara y afectiva:
- Dedicar tiempos (los apropiados en momento y cantidad) para escuchar las preocupaciones, dudas o necesidades del niño.
- No dar por hecho que “ya lo sabe”: Exponer con claridad lo que pensamos, lo que sentimos, lo que esperamos de él/ella… Desarrollamos el diálogo, aceptamos la queja o la disconformidad, somos flexibles a la vez que claros y firmes.
- No juzgamos nunca al niña/o sino que valoramos sus conductas.
- También es enriquecedor contarle nuestras propias preocupaciones, aspiraciones y metas. Los padres y madres que trasmiten una imagen de perfección con la intención de no preocupar a los niños, en realidad les están impidiendo la posibilidad de aprender que es natural sentir un inmenso abanico de emociones, pasar por situaciones de distinto tipo e intentar buscar y encontrar soluciones a los problemas cotidianos. Con tranquilidad y afecto, todo se puede comunicar y compartir.
La crianza en pareja implica entender que somos un equipo, donde metas y estrategias que nos planteemos alcanzar deben ser consensuadas y compartidas. Hablamos de las discrepancias en privado, llegamos a soluciones de compromiso, no desautorizamos o desacreditamos… Cuando las familias no consiguen actuar así, en lugar de ser un equipo (de tres o cuantos seamos en la familia) pueden llegar a ser (tres o más) rivales en lucha. La familia debería ser ese lugar seguro donde sabemos que siempre contaremos con el apoyo mutuo de todos los miembros.
Para bien y para mal, cada cosa que hacemos y que no hacemos tiene un impacto en esos seres en desarrollo que nos rodean. Aspirar a una crianza consciente pasa por una continua toma de conciencia de nosotras mismas y de este impacto en quienes dependen de nosotras, sin dejar de mirarnos con amabilidad y compasión, aceptándonos en nuestros errores y en nuestros logros, en un aprendizaje continuo que nunca culmina. Apasionante y complejísima tarea.
Feliz camino.
Julia Robles
Psicóloga – Directora de HoDARI